domingo, 21 de junio de 2009

Ejecuciones de ETA y FRAP en 1975

A partir de 1970 los Gobiernos fueron cada vez más débiles. Estallaron algunos escándalos de
corrupción, el más grave de ellos el asunto MATESA, un caso de subvenciones a la exportación
concedidas a una empresa fraudulenta que salpicaba a varios ministros. Por otro lado, la oposición
universitaria y obrera desbordaba al régimen, que sólo supo responder con la represión en las calles, la
aplicación de estados de excepción, interrogatorios y torturas por parte de la llamada Brigada Social, y
enjuiciamientos en los Tribunales de Orden Público.
Además, el envejecimiento de Franco suscitó el debate sobre la continuidad de la Dictadura. Dentro
del régimen se fue produciendo una ruptura entre los llamados aperturistas, partidarios de reformar el
sistema para ir acercándolo progresivamente a un modelo parlamentario, y los sectores más
inmovilistas, opuestos a cualquier cambio, por mínimo que fuera, y que pronto fueron denominados
como el «búnker».En 1973 se agudizó la contestación al régimen. Apareció una nueva organización armada, el Frente
Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), que el 1 de mayo realizó su primer atentado en
Madrid. La represión se acentuó contra los dirigentes sindicales, al tiempo que se detenía a varios
miembros del FRAP y de ETA.
Fue entonces cuando Franco decidió separar por vez primera la jefatura del Estado y la del
Gobierno. Nombró presidente del mismo a Carrero Blanco, que formó un gabinete con mayoría de
miembros del Opus y de franquistas «puros», entre ellos Carlos Arias Navarro, nuevo ministro de
Gobernación y que se había destacado por la dura represión practicada como director general de
Seguridad. El objetivo era atajar la creciente protesta en las calles y preparar el futuro relevo en la
jefatura del Estado.
Pero el nuevo Gobierno no tuvo tiempo de actuar. El 20 de diciembre de 1973 debía iniciarse el
juicio contra diez dirigentes de CC.OO., el sindicato clandestino de inspiración comunista, con su líder
Marcelino Camacho al frente. Se esperaban manifestaciones y protestas organizadas por la oposición.
Esa mañana Carrero Blanco moría víctima de un atentado de ETA minuciosamente preparado. El
magnicidio, que hizo crecer la imagen mítica de de ETA en ciertos sectores de la oposición, fue un
golpe durísimo para Franco, que perdía a su hombre de máxima confianza, en un momento en que
acusaba ya síntomas de debilidad física y moral.El «búnker» consiguió imponer a su candidato a la presidencia del Gobierno, Carlos Arias Navarro,
que formó un gabinete de franquistas puros, pero también con algunos ministros aperturistas, como Pío
Cabanillas. Su discurso programático, que incluía vagas promesas de apertura y un estatuto de asociaciones
políticas, fue recibido con ciertas esperanzas. Pero Arias pronto demostró su talante
represivo, cuando decidió la ejecución del anarquista catalán Salvador Puig Antich, en marzo de 1974.
Entonces se produjo un grave enfrentamiento con la Iglesia. La tensión había aumentado desde que
el cardenal Enrique y Tarancón, abiertamente antifranquista, dirigía la Conferencia Episcopal. En
marzo de 1974 una homilía del obispo de Bilbao, monseñor Añoveros, en la que aludía a la
personalidad distinta del País Vasco, provocó una amenaza de expulsión por parte del Gobierno. El
Vaticano contestó a su vez con la amenaza de excomulgar a Franco. Éste optó por ordenar a Arias que
cediera, pero la ruptura con la Iglesia era ya completa.
En julio de 1974, Franco fue hospitalizado por motivos de salud, y durante algunos días cedió sus
poderes al príncipe Juan Carlos. Se recuperó, pero el declive físico del dictador era ya evidente.
Tras el verano de 1975 los acontecimientos se precipitaron.
Varios miembros de ETA y FRAP fueron juzgados y doce de ellos condenados a muerte. En medio de
manifestaciones en todas las capitales europeas y de una lluvia de peticiones de clemencia, el 27 de
septiembre cinco de los condenados fueron ejecutados. La oleada de manifestaciones internacionales
contra la dictadura fue respondida con la última de las grandes concentraciones en la Plaza de Oriente,
el 1 de octubre. Pero la agitación de aquellos días acabó por agotar a Franco, que cayó enfermo el día
13.
Fue entonces cuando estalló el conflicto en el Sáhara español. Hassan II de Marruecos amenazó con
lanzar una invasión popular hacia el territorio español si el Gobierno de Madrid no lo cedía al reino
marroquí. La llamada Marcha Verde puso al Ejército español en estado de máxima tensión, y obligó al
príncipe Juan Carlos, de nuevo en funciones de jefe de Estado, a realizar un viaje relámpago al Sáhara.
Finalmente, el 18 de noviembre, el Gobierno capituló y mediante el Acuerdo Tripartito de Madrid
entregó el Sáhara español a Marruecos y Mauritania, violando el compromiso y mandato de la ONU,
que había encargado a España la tutela del territorio hasta su independencia.

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